Los magueyes en la obra de Francisco Hernández

Enrique Vela

Del metl o maguei

Echa el metl raíz gruesa, corta y fibrosa, hojas como de áloe, pero mucho mayores y más gruesas, pues tienen a veces la longitud de un árbol mediano, con espinas a uno y otro lado, y terminadas en una punta dura y aguda; tallo tres veces más grande, y en el extremo flores amarillo rojizas, oblongas, estrelladas en su parte superior, y más tarde semilla muy parecida a la de asfódelo. Innumerables casi son los usos de esta planta. Toda entera sirve como leña y para cercar los campos; sus tallos se aprovechan como madera; sus hojas para cubrir los techos, como tejas, como platos o fuentes, para hacer papiro, para hacer hilo con que se fabrican calzado, telas y toda clase de vestidos que entre nosotros suelen hacerse de lino, cáñamo o algodón.

De las puntas hacen clavos y púas con que solían los indios perforarse las orejas para mortificar el cuerpo, cuando rendían culto a los demonios; hacen también alfileres, agujas, abrojos de guerra, y rastrillos para peinar la trama de las telas. Del jugo que mana y que destila en la cavidad media cortando los renuevos interiores u hojas más tiernas con cuchillos de yztli (y del cual produce a veces una sola planta cincuenta ánforas), fabrican vinos, miel, vinagre y azúcar; dicho jugo provoca las reglas, ablanda el vientre, provoca la orina, limpia los riñones y la vejiga, rompe los cálculos y lava las vías urinarias. También de la raíz hacen sogas muy fuertes y útiles para muchas cosas. Las partes más gruesas de las hojas así como el tronco, cocidos bajo la tierra (modo de cocción que los chichimecas llaman barbacoa), son buenos para comerse y saben a cidra preparada con azúcar; cierran además de modo admirable las heridas recientes, pues su jugo, de suyo frío y húmedo, se vuelve glutinoso al asarse. Las hojas asadas y aplicadas curan la convulsión y calman los dolores aunque provengan de la peste india, principalmente si se toma el jugo mismo caliente; embotan la sensibilidad y producen sopor. Por la destilación se hace más dulce el jugo; y por la cocción más dulce y más espeso, hasta que se condensa en azúcar.

Se siembra esta planta por renuevos, que brotan alrededor de la planta madre, en cualquier suelo, pero principalmente en el fértil y frío. Esta planta sola podría fácilmente proporcionar todo lo necesario para una vida frugal y sencilla, pues no la dañan los temporales ni los rigores del clima, ni la marchita la sequía. No hay cosa que dé mayor rendimiento.

Se hace vino del mismo jugo diluído con agua y agregándole cortezas de limón, quapatli y otras cosas para que embriague más, a lo cual esta gente es sobremanera aficionada, como si estuviera cansada de su naturaleza racional y envidiara la condición de los brutos y cuadrúpedos. Del mismo jugo sin ponerlo al fuego, echándole raíces de quapatli asoleadas durante algún tiempo y machacadas, y sacándolas después, se hace el llamado vino blanco, muy eficaz para provocar la orina y limpiar sus conductos. Del azúcar condensada del mismo jugo, se prepara vinagre disolviéndola en agua que se asolea luego durante nueve días. Hay muchas variedades de esta planta, de las cuales hablaremos en seguida. Dicen que el jugo de metl en que se hayan cocido raíces de piltzintecxochitl y de matlalxochitl, cura los puntos de las fiebres (cap. LXXI).

Del zacamexcalli o maguei silvestre

Es una especie de metl cuyo jugo cura las úlceras por abiertas y grandes que estén, como lo hace el famoso aceite llamado de Apparicio. La raíz es gruesa, fibrosa, oscura y circundada de unas líneas transversales y onduladas; brotan de ella hojas gruesas y erizadas de espinas rojas, como en las demás especies. Nace en lugares cálidos de Cocolan, México y Yanguitlan, donde lo llaman tepemetl y dicen que cura las fiebres; nace también en Teloloapa, donde lo llaman zacametl y aseguran que el jugo de las hojas tomado cura a los dañados por los vapores del mercurio (cap. LXX).

 

Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.

 

Vela, Enrique (editor), “Los magueyes en la obra de Francisco Hernández”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 57, pp. 36-41.