En Mesoamérica, el individuo tenía desde su nacimiento algún tipo de vínculo con los animales. Si nacía en uno de los días del calendario adivinatorio (tonalpohualli, tzolkin), que llevaba un nombre de animal (cocodrilo, lagartija, serpiente, venado, conejo, perro, mono, jaguar, águila o zopilote), se verían influidos su carácter y su destino. Así, el desventurado nacido en un día conejo sería un borracho empedernido; el afortunado nacido en un día zopilote gozaría de una larga vida; el que nacía en un día venado sería cobarde, mientras que el venido al mundo en un día perro tendría inclinaciones lujuriosas.
Se creía que el animal que nacía el mismo día que una persona iba a compartir su vida con ella, concepto llamado tonalismo. Un guerrero tendría como doble animal a un jaguar o a un águila, un mono sería el tonal de un escribano maya, un coyote el de un músico otomí o de un plumajero mexica… Se creía también –lo que era otra manifestación de esta proyección de la estructura social hacia la fauna– que los nobles, al morir, se transformaban en pájaros preciosos; en cambio, los hombres comunes “…se volvían comadrejas, y escarabajos hediondos, y otros animales rateros”.
En cuanto al jaguar, la descripción que hacen los informantes de Sahagún se asemeja al retrato de un soberano modelo: el océlotl es “…noble, principesco, se dice. Es el señor, el dueño de los animales. Es prudente, sabio, orgulloso…”. De hecho, el rey consumía un caldo de carne de jaguar con el fin de volverse valiente y obtener honores.
Según otro concepto llamado nahualismo, algunos individuos excepcionales tenían la facultad de metamorfosearse en uno o varios animales. Por ejemplo, el dirigente maya quiché Tecum Umán se transformó en águila para combatir al feroz Pedro de Alvarado. Además de atribuir este poder a los dirigentes, se le atribuía también a los curanderos y a los chamanes, bien fuese para proteger a los pueblos o para castigar a los que rompían con las costumbres tradicionales. Hoy en día, estos conceptos siguen vigentes en numerosas comunidades indígenas. Es sabido que los nahuas, otomíes y mazahuas temen a personas que tienen la facultad de volverse guajolotes o zopilotes, quitándose las piernas, y que salen de noche a chupar la sangre de los niños. Estos seres maléficos eran conocidos en la época prehispánica con el nombre náhuatl de mometzcopina, “el que se quita su pierna”.
Imagen: Ome tochtli, “dos conejo”, nombre genérico de las deidades del pulque. Cultura mexica. Posclásico Tardío. Cuenca de México. Museo Nacional de Antropología. Vasija con forma de conejo. Cultura mexica. Posclásico Tardío. Centro de México. Museo Nacional de Antropología. Fotos: Marco A. Pacheco / Raíces. Día conejo. Códice Magliabechiano.
Guilhem Olivier. Doctor en historia por la Universidad de Toulouse, Francia. Investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Lleva a cabo investigaciones sobre Mixcóatl y sobre el papel de los animales en la cosmovisión mesoamericana.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Guilhem Olivier, “Los animales en el mundo prehispánico”, Arqueología Mexicana, núm. 35, pp. 4-14.
Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición impresa: