Zaid Lagunas Rodríguez
Al cuerpo humano se le han dado significados mágicos y religiosos diversos, como ocurre en el sacrificio ritual. Se le ha adornado y deformado por motivos estéticos o relacionados con el rango -como la deformación craneana y la mutilación dentaria intencionales-, o por intervenciones quirúrgicas, preventivas o rituales, como la trepanación y la lesión suprainiana.
El cuerpo humano tuvo una gran significación en el pensamiento mítico-religioso y en la vida diaria de los pueblos que habitaron lo que hoy conforma el territorio mexicano, principalmente en la zona cultural conocida como Mesoamérica. Entre las múltiples prácticas de que fue objeto se encuentran las puramente estéticas, como la escarificación, el tatuaje, la aplicación de pintura (en el rostro, en los dientes o en el cuerpo), la perforación del lóbulo auricular, del tabique nasal o del labio inferior, la deformación craneana, la mutilación e incrustación dentarias. También hubo las relacionadas con el sacrificio, como la perforación del falo, la castración o emasculación, la extracción del corazón, la decapitación, el desmembramiento y descarnamiento del cadáver, la exposición al fuego del individuo vivo o de su cadáver, etc. Asimismo, se han encontrado evidencias de otro tipo de prácticas, entre ellas la trepanación realizada con fines terapéuticos y la lesión suprainiana, como parte de un rito de iniciación o con propósitos profilácticos.
Se tiene conocimiento de que algunos individuos, principalmente cautivos de guerra o esclavos, eran sacrificados a los dioses y su cuerpo era objeto de desmembramiento ritual; las partes que se obtenían, como brazos y piernas o partes de éstos, eran expuestas de manera directa o indirecta al fuego o hervidos y en ocasiones comidos por sus captores en un convite con parientes y amigos.
Todo eso lo sabemos por las representaciones realizadas por los indígenas en códices, murales, cerámicas, esculturas, y por los escritos de los misioneros y conquistadores españoles, así como por los relatos de sus informantes indígenas. Entre los cronistas se encuentran frailes como Torquemada, Motolinía, Durán, Sahagún, Landa, y conquistadores como Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo y el "Conquistador Anónimo", entre otros. Asimismo, hablan del tema algunos indígenas letrados, descendientes de la realeza indígena, como Hernando Alvarado Tezozómoc, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin.
El sacrificio
El sacrificio humano ha sido una práctica presente en muchas culturas de la antigüedad y en algunas no tan antiguas. En los pueblos prehispánicos de México esta costumbre estuvo muy arraigada, sobre todo en Mesoamérica, en los periodos Clásico y Posclásico, principalmente entre los mayas y los mexicas.
Los sacrificios tenían como finalidad representar un mito o un acontecimiento histórico mitificado, recordar a la comunidad su origen, reforzar los lazos de pertenencia a un grupo y renovar el pacto o pactos efectuados con los dioses. Así, se rememoraba la antigua mitología según la cual la destrucción llevaba a la creación del mundo, a la liberación de la energía vital, con la que se iniciaba el intercambio con el mundo sobrenatural y la perpetuación de la vida. La idea de que la muerte conducía a la formación de un nuevo orden, al re- nacimiento y creación del mundo, al "estar bien" con los dioses, era común en el pensamiento mesoamericano. El individuo destinado al sacrificio era investido con los atributos de un dios, lo cual tenía un profundo significado simbólico, cosmológico y religioso. Así, sus despojos conservaban esa divinidad, la cual era absorbida al ingestar su carne; se hacía comunión con el dios; es decir, al comer la carne del guerrero, el captor y sus comensales pretendían adquirir los poderes que poseía.
En otros contextos, el sacrificio humano cumplía otras funciones . Entre los mayas, por ejemplo, la decapitación de los cautivos se hacía bien para satisfacer a los dioses, para celebrar algún acontecimiento importante o para afianzar la posición de los gobernantes. En ocasiones la víctima sacrificada cumplía la función de "chivo expiatorio". En su muerte se llevaba consigo los pecados de la comunidad, servía como expiación. El sacrificio de niños y niñas a Tláloc y a los demás dioses de la lluvia era un rito eminentemente agrícola; iba dirigido a fertilizar la tierra. El asamiento tal vez fuera rememoración del mito de la inmolación de Nanahuatzin y Tecucistécatl en Teotihuacan. El fuego estaba relacionado con una acción purificadora.
En las exploraciones arqueológicas realizadas en Cholula, Teotenango, Teopanzolco y otros lugares tanto de Mesoamérica (región maya, Golfo, Occidente) como del Norte de México (Casas Grandes , La Quemada) se han descubierto evidencias osteológicas de ritos llevados a cabo después del sacrificio, como la decapitación, el desollamiento ( tlacaxipehualizth) y la occisión ritual. Se han localizado cráneos con las dos o tres primeras vértebras cervicales, huesos de las extremidades en relación anatómica, partes del tórax, de la columna vertebral, así como huellas de pequeños cortes en el hueso que indican cercenamiento de músculos y tendones o desprendimiento del cuero cabelludo. También se han encontrado huesos con huellas de haber sido hervidos, asados o fragmentados intencionalmente, los cuales se han interpretado como evidencia de antropofagia.
Se han localizado cráneos con grandes perforaciones circulares en los parietales, que probablemente formaron parte de un tzompantli (lugar en donde se ponían, en hileras, las cabezas de algunos decapitados atravesadas por postes dispuestos horizontalmente). A las cabezas de los enemigos muertos en la guerra o ejecutados posteriormente, llamadas "cabezas trofeo", se les atribuían poderes sobrenaturales.
Los huesos de las extremidades tenían gran significación. Era importante obtener el hueso de alguna extremidad del cadáver de un guerrero recién enterrado; la mujer muerta en el parto era considerada como un guerrero, por lo cual los guerreros jóvenes trataban de apoderarse de algunas partes de sus extremidades.
Se puede decir que todas estas prácticas eran parte de una añeja tradición ritual, que iba de la mano con las formas de producción y reproducción de la sociedad, en este caso la mesoamericana, y estaba asociada a los ciclos de producción agrícola, los medios de trabajo y las guerras y conquistas.
Zaid Lagunas Rodríguez. Antropólogo físico por la ENAH, maestro en antropología por la UNAM y candidato a doctor en antropología por la ENAH. Investigador del Centro INAH Puebla. Realiza investigaciones sobre las condiciones de vida de la población colonial de Cholula, Puebla.
Lagunas Rodríguez, Zaid, “El uso ritual del cuerpo en el México prehispánico”, Arqueología Mexicana 65, pp. 42-47.
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