Destruidas y sepultadas

Alfredo López Austin, Leonardo López Luján

La historia póstuma de la Piedra de Tízoc

Piedras destruidas, piedras sepultadas

Con la conquista española, el gigantesco escenario ritual que ocupaba el corazón de Tenochtitlan fue derrocado edificio por edificio, piedra por piedra. Las grandes esculturas quedaron profanadas, desacralizadas, dispersas y abandonadas cada una a su suerte en el nuevo curso de la historia. El destino inmediato de las piedras cilíndricas del patio de Yopico fue disímbolo, tal y como lo describe la Historia de los mexicanos por sus pinturas, documento redactado entre 1543 y 1544:

En el año 136 [1458 d.C.] hizo Moteçuma el Viejo una rodela de piedra, la cual sacó R[odrig]o Gómez, que estava enterrada a la puerta de su casa, la qual tiene un agujero enmedio y es muy grande… Y en aquel agujero ponían los que tomavan en la guerra atados, que no podían mandar sino los braços, y dávanle una rodela y una espada de palo; y venían tres hombres: uno vestido como tigre, otro como león, otro como águila, y peleavan con él hiriéndole: luego tomavan un navajón y le sacavan el coraçón. Y así sacaron los navajones con la piedra debaxo de aquella rueda redonda y muy grande; y después los señores que fueron de México hicieron otras dos piedras, y las pusieron cada señor la suya una sobre otra, y la una habían sacado y está hoy día debajo de la pila de bautizar, y la otra se quemó y quebró cuanto estuvieron los españoles… (p. 72).

En el primer caso referido en este fragmento, las Actas de Cabildo, los papeles del obispo Juan de Zumárraga y un antiguo mapa de la ciudad de México nos dejan claro que, entre 1525 y 1526, el conquistador Rodrigo Gómez Dávila levantó su residencia principal en la esquina de la Calle Real (hoy Moneda) y la Calle del Agua (hoy Seminario) (A en el plano), y que cinco años más tarde las modestas casas obispales fueron edificadas, al oriente, en la colindancia. Mucho tiempo después y tras constituirse en Arzobispado, dichas casas fueron ampliadas hacia el poniente, ocupando parte del antiguo predio de Gómez Dávila. Esto nos hace especular con buenas bases que la gran rodela “con un agujero en medio” es ni más ni menos que la famosa “Piedra del Antiguo Arzobispado”, exhumada en 1988 y hoy expuesta en el Museo Nacional de Antropología (inv. 10- 393459). A decir de los arqueólogos que descubrieron este temalácatl, se encontraba a escasos 30 cm de un muro colonial y dentro de una capa de tierra donde predominaban los fragmentos de cerámicas novohispanas (Pedro Francisco Sánchez Nava y Judith Padilla, comunicación personal, diciembre de 2009). Esto y el hecho de que la Piedra del Antiguo Arzobispado no se alineaba con la pirámide de Tezcatlipoca, cuya escalinata se sitúa unos cuantos metros al este, nos confirma que fue movida de su lugar original –o al menos detectada– en el periodo colonial (B en el plano).

La otra “rodela” que no fue destruida según la Historia de los mexicanos por sus pinturas habría sido enterrada tras la caída de Tenochtitlan, pero redescubierta al poco tiempo, en una fecha que calculamos entre 1526 y 1532, cuando se erigió la catedral primitiva. Allí habría quedado bajo la capilla del bautisterio, al menos hasta 1626, año en que esta pequeña edificación con eje oriente-poniente fue demolida. ¿Seguirá aún bajo tierra?

 

Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM e investigador emérito de la misma institución.

Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Université de Paris X-Nanterre y profesor-investigador del INAH.

López Austin, Alfredo, y Leonardo López Luján, “La historia póstuma de la Piedra de Tízoc”, Arqueología Mexicana, núm. 102, pp. 60-69.