En la fecha indicada por el tonalpouhqui se llevaba a cabo una ceremonia en la que se confirmaba simbólicamente el lugar del recién nacido en el mundo y su papel en la sociedad. Por ello, si bien existía una estructura ritual común, había particularidades en la ceremonia que dependían del género de la criatura. Este rito constaba de varios pasos consecutivos que incluían la preparación de los objetos que se utilizarían en el festejo final con comida y bebida, la unción con agua, el ofrecimiento del pequeño a los cuatro rumbos y el imponerle un nombre. Nuevamente es fray Bernardino de Sahagún quien nos da detalladas descripciones de los actos del rito y de las invocaciones. Los resúmenes y las citas textuales que aparecen en estas páginas están basados y tomados de los capítulos XXXVII y XXXVIII del libro sexto de la Historia general de las cosas de Nueva España.
Los preparativos
Para la ceremonia era menester fabricar ciertos objetos, unos si era hombre y otros si era mujer. Para el primer caso se hacían miniaturas de escudos, arcos y cuatro flechas, una para cada punto cardinal. Además se preparaba una mantita y un pequeño máxtlatl. También se hacía un pequeño escudo con masa de amaranto sobre el que se ponían un arco, flechas y otros objetos de la misma masa. Para comer se preparaba un guiso con frijoles y maíz tostado. Si el recién nacido pertenecía a la gente común sólo se preparaban algunos tamales y maíz tostado. Si la criatura era mujer, lo que se preparaba eran los instrumentos para tejer e hilar, así como pequeñas faldas y huipiles. El día fijado, los asistentes a la ceremonia, principalmente familiares del recién nacido, se juntaban en la casa de los padres antes del amanecer. El ritual era presidido por la misma partera que había recibido a la criatura y cuando el Sol estaba en lo alto pedía un cuenco nuevo con agua y que se llevaran los objetos al patio de la casa.
El lavado
La ceremonia, que constaba de varias partes, comenzaba con el lavatorio ritual. Primero la partera colocaba al recién nacido viendo hacia el occidente y pronunciaba una oración. A continuación lo ungía, en la boca y el pecho, con el agua que se había puesto en el cuenco, y después se la echaba sobre la cabeza, para al final lavarlo. Todos estos pasos iban acompañados de oraciones en las que se invocaba a las deidades del agua, solicitando que limpiaran a la criatura y que le permitieran crecer como las plantas.
El ofrecimiento de los varones
A continuación la partera tomaba a la criatura y la levantaba, seguramente hacia uno de los puntos cardinales, al tiempo que pronunciaba oraciones en que pedía por ella a los dioses. Repetía este acto cuatro veces, y en el último el discurso se dirigía al Sol y le ofrecía las armas miniatura que se tenían preparadas. Desde el comienzo de la ceremonia estaba encendida una antorcha y al finalizar llevaban al niño al interior de la casa precedido por ese fuego.
El ofrecimiento de las mujeres
Es de notar que en el caso de las mujeres el ofrecimiento era distinto. No sólo los objetos eran los propios de las actividades femeninas, sino que las oraciones que se pronunciaban, en voz muy baja, aludían claramente a su género. La ceremonia dedicada a las mujeres constaba del acompañamiento de miniaturas de los instrumentos para tejer, el lavatorio –similar al de los hombres– y su colocación en la cuna envuelta en mantas. En este momento la partera pronunciaba unas palabras poniendo a la criatura al amparo de la diosa madre. A este acto se le conocía como tlacozulaquilo, “colocación en la cuna”.
Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.
Vela, Enrique, “El bautizo”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 75, pp. 30-35.