A quienes se destinaba a ir al Mictlan eran quemados y sus cenizas colocadas en una olla o jarro para ser enterrados en alguna habitación de la casa. Después de cuatro años la esencia del difunto “se sale y se va a los nueve infiernos”, según dice Sahagún.
En cuanto al teyolía, la entidad anímica relacionada con el corazón, que iría al Mictlan, he planteado que precisamente el Templo Mayor, como centro fundamental del universo y lugar por donde se asciende a los niveles celestes o se baja al inframundo, representa los dos cerros o montañas sagradas que hay que atravesar para emprender ese viaje que dura cuatro años, ya que el edificio en que se hace presente la dualidad vida/muerte bien pudo tener ese papel (Matos, 2010a).
Para comenzar, es necesario advertir que el concepto acerca de dos montañas está presente en el pensamiento náhuatl. Lo observamos en varias ocasiones; en primer lugar, Sahagún menciona cómo entre los pasos que llevan al Mictlan hay que atravesar dos cerros que chocan entre sí. El mismo concepto se encuentra en diversos pasajes de la llamada peregrinación mexica, y pictográficamente lo vemos en el Códice Vaticano A 1338, donde es el segundo paso que es necesario atravesar para llegar al Mictlan después de ser devorado el difunto por la Tierra.
Y aquí viene otra cuestión a la que no se había dado respuesta y que, una vez analizada, me ha llevado a la siguiente conclusión: los cuatro años que lleva completar el viaje no son otra cosa que el tiempo que tarda el individuo en ser devorado por la tierra y adquirir un estado esquelético.
Esto ocurría simbólicamente, ya que a quienes se destinaba a ir al Mictlan eran quemados y sus cenizas colocadas en una olla o jarro para ser enterrados en alguna habitación de la casa. Después de cuatro años la esencia del difunto “se sale y se va a los nueve infiernos”, según dice Sahagún. Ahora bien, ¿cómo contestar aquella pregunta que hice páginas atrás en relación con la cremación de esos individuos? Una posible respuesta podría ser que, al alimentar a la Tierra y al Sol, como rezan los cantos mencionados, el humo producido por esta práctica de incineración iba al Sol, aunque el teyolía del muerto iría al Mictlan, lo que de ninguna manera implica la desintegración del teyolía.
Esto tiene que ver con otro aspecto que siempre llamó mi atención: la relación con los 9 pasos al Mictlan, lo que me llevó a considerar que se debía a lo siguiente: el primer síntoma de que la mujer está embarazada es la detención del flujo menstrual, indicador de que hay vida en su interior. Van a pasar 9 detenciones menstruales para que se dé el nacimiento, precedido por la salida del líquido amniótico. Este río de agua es el antecedente del inminente parto, y de allí su presencia en los pasos al Mictlan. Por lo tanto, el individuo ha permanecido durante ese lapso en la matriz con los peligros consiguientes de que se pierda el feto. Al nacer, el individuo crecerá, y al momento de su muerte tendrá que hacer el viaje de retorno al interior de la matriz, no sin antes quedar el cuerpo comido por la Tierra. Es por eso que este viaje hasta el Mictlan, que no es otra cosa que una matriz, dura cuatro años. Lo anterior nos indica el porqué de la relación entre mujer-luna-menstruación, pues esta última tiene la misma duración que las fases lunares.
Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.
Matos Moctezuma, Eduardo, “El largo viaje al Mictlan y los números 4 y 9”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 52, pp. 28-30.