Con el primer movimiento del Sol sobre la bóveda celeste se inicia la marcha del mundo. ¿Qué lo mueve? Todo lo existente –incluidos los dioses– está formado por dos sustancias opuestas y complementarias, combinadas en cada ser en diferentes proporciones. Una sustancia es celeste, superior, luminosa, masculina, seca, caliente; la otra pertenece al inframundo, es inferior, oscura, femenina, húmeda y fría. Entre ambas se establece una perpetua lucha que todo lo dinamiza. No poseen fuerzas iguales. Lo luminoso domina a lo oscuro y lo derrota; pero el desgaste del triunfo lo debilita, y permite que lo oscuro se reponga y lo venza.
Los ciclos se repiten indefinidamente en todos los ámbitos mundanos, de tal manera que hacen posible la existencia. Un perfecto equilibrio o una victoria absoluta de una de las fuerzas darían como resultado la destrucción de las criaturas y de su morada. Esta concepción constituye una diferencia fundamental de la tradición mesoamericana frente a otras visiones del cosmos en que la lucha de contrarios implica una existencia imperfecta, preludio del triunfo definitivo de una de las fuerzas. La tradición mesoamericana, realista, fija su atención en la existencia terrenal y considera al mundo un habitáculo apropiado para la existencia de las criaturas.
Tomado de Alfredo López Austin, “Los mexicas ante el cosmos”, Arqueología Mexicana 91, pp. 24-35.
Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un ejemplar:
http://raices.com.mx/tienda/revistas-la-religion-mexica-AM091