Los caracoles monumentales del recinto sagrado de Tenochtitlan

Leonardo López Luján, Simon Martin

La fauna en el arte escultórico de la isla

Como ningún otro pueblo mesoamericano, los mexicas trasladaron a la estatuaria su bestiario, habitado por mamíferos, aves, reptiles, anfibios, peces, moluscos, arácnidos e insectos, y por sus combinaciones fantásticas en las que también entró en juego el ser humano. Hoy nos sorprende la precisión con la que plasmaron en la piedra ciertos detalles anatómicos –copetes, hocicos, glándulas, escamas, plumas, aletas–, a partir de los cuales logramos identificar los géneros e, inclusive, las especies que fueron tomados como modelo. Ello es consecuencia de una observación escrupulosa del mundo animal, seguramente facilitada por la colindancia del “vivario de Moctezuma” con las casas donde habitaban y laboraban los artistas del palacio real. En comparación con lo que sucede en la escultura antropomorfa, vemos aquí una gama de posturas mucho más rica y, sobre todo, más dinámica. De manera notable, la mayor parte de las imágenes zoomorfas mexicas son tridimensionales a cabalidad, pues ninguna de sus caras quedó sin ser esculpida.

Dentro de este universo plástico de excepción, destacan por sus cualidades estéticas los caracoles objeto de la presente investigación que, agigantados, multiplican por tres o por cuatro la escala real.

El molusco figurado por los mexicas

A través de la mirada experta de varios especialistas, entre ellos la malacóloga Belem Zúñiga, sabemos que estas cinco esculturas monumentales representan individuos adultos de la especie Lobatus gigas, bautizada originalmente por Linneo en 1758 como Strombus gigas. Conocidos en lengua náhuatl bajo el nombre genérico de tecciztli (“caracoles grandes de mar”) y en español como “caracoles rosados”, estos bellos organismos tienen su hábitat en las costas occidentales del Océano Atlántico, en aguas tropicales que van desde las Bermudas hasta Brasil. Proliferan en lechos arenosos y arrecifes coralinos, a profundidades de entre 0.3 y 35 m, donde se alimentan de pastos marinos y algas. A su vez, ellos sirven de alimento a estrellas de mar, crustáceos, peces, tiburones gato, tortugas marinas y al hombre mismo, quien los ha depredado al punto de poner en peligro su sobrevivencia.

El caracol rosado suele vivir de dos a tres decenios. Al llegar a su madurez, entre los 3 y los 5 años de edad, alcanza 30 cm de largo y en ocasiones un poco más. Con el paso del tiempo, su concha se vuelve más gruesa y nos ayuda a identificar si el individuo es longevo. Ésta tiene la última vuelta corporal muy desarrollada y se distingue tanto por su hombro con prominentes procesos espinosos como por su labio externo extendido en forma de ala, el cual es por cierto inexistente en los individuos juveniles. En su abertura muestra un brillante colorido que va del rosa al anaranjado intenso y, en el exterior, posee tonos parduzcos que mimetizan al animal con el sustrato marino.

Funciones y significados del tecciztli

A partir de las excavaciones del Proyecto Templo Mayor (PTM) en el recinto sagrado de Tenochtitlan, sabemos que los mexicas usaron con asiduidad la concha del Lobatus gigas para elaborar una variada suerte de artefactos. Por ejemplo, en las ofrendas 7, 87 y 88 se recuperaron ejemplares adultos, cuyo ápex había sido recortado para convertirlos en trompetas. De otros depósitos rituales se han exhumado, además, blanquecinas incrustaciones fusiformes, circulares y a manera de cruz de Malta; pectorales anáhuatl y ehecacózcatl; lanzadardos en miniatura; representaciones de orejeras acinturadas, y una delicada placa que representa al dios Mixcóatl.

Aparte de esta nada despreciable dimensión utilitaria, los mexicas y sus contemporáneos le otorgaron al tecciztli un profundo sentido cosmológico. Como han insistido muchos autores, el caracol marino se vincula con los campos simbólicos del océano y sus habitantes, los poderes generativos de la Luna y del Tlalocan, el viento que precede a las lluvias, el soplo de vida, la gestación y el nacimiento, así como la fertilidad en su estado absoluto. Ilustrativo a este respecto es el Códice Telleriano-Remensis, en el que aparece el dios lunar Tecuciztécatl con un gran caracol marino sobre la nuca y acompañado de la siguiente glosa explicativa: “tequeizteca. Llamavanla así por q[ue] así como sale del hueso el caracol así sale el hombre del vientre de su madre y por eso la ponen en contrario del sol por q[ue] siempre anda topándose con el sol esta dicen q[ue] causa la generación de los hombre[s]”.

De acuerdo con los informantes indígenas de fray Bernardino de Sahagún, en el recinto sagrado había dos edificios relacionados con el tecciztli, esto por alguna razón que aún no acabamos de comprender. Uno de ellos era la Teccizcalli (“casa del gran caracol marino”), donde el soberano hacía ofrendas, ayunos y penitencias, y donde eran inmolados cautivos de guerra. El otro, llamado Teccizcalco   (“lugar de la casa del gran caracol marino”), también era un escenario sacrificial. Mucho más revelador, sin embargo, es el Huei Teocalli o Templo Mayor. A través de la arqueología y las pictografías estamos enterados de que la capilla del dios solar Huitzilopochtli se distinguía por varios símbolos astrales, entre ellos, las almenas lunares con rasgos de tecciztli. Baste recordar que de este término deriva el nombre de Tecuciztécatl (“el originario del lugar del gran caracol marino”), personaje mítico que compitió con Nanahuatzin para alumbrar el mundo. Su indecisión le impidió ser el Sol, pero, al incinerarse tardíamente en la pira de Teotihuacan, alcanzó la dignidad de convertirse en la Luna.

 

Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Université de Paris Nanterre y director del Proyecto Templo Mayor, INAH.

Simon Martin. Doctor en arqueología por la University College London y curador asociado del University of Pennsylvania Museum of Archaeology and Anthropology.

López Luján, Leonardo y  Simon Martin, “Los caracoles monumentales del recinto sagrado de Tenochtitlan”, Arqueología Mexicana, núm. 160, pp. 26-35.