Una conclusión a la que llegué después de analizar los atributos de una deidad como Tlaltecuhtli, Señor/ Señora de la Tierra, fue que, independientemente de la manera de morir, una vez que esto ocurría todos los individuos tenían que ser devorados por esa deidad, es decir, debían ser comidos por la Tierra real o simbólicamente. Ésa era la función de Tlaltecuhtli.
Poseedora de enormes dientes y colmillos, su función primordial era devorar la carne y la sangre de los muertos, fuera cual fuera la forma de muerte (Matos, 1997). Lo anterior se puede constatar en diferentes códices: en ellos se puede ver cómo los bultos mortuorios que contienen los restos de diversas personas y de astros como el Sol están siendo tragados por Tlaltecuhtli. También podemos observarlo en algunos cantos en honor de Tezcatlipoca, en los que se hace alusión a la manera en que el Sol y la Tierra se van a alimentar con la carne y la sangre de los guerreros. Veamos uno de ellos: “Porque en verdad no os engañéis en lo que hacéis, conviene a saber, en querer que mueran en la guerra, porque a la verdad para esto los enviasteis a este mundo, para que con su carne y su sangre den de comer al sol y a la tierra (Sahagún, 1956, t. II)”.
Una vez que el individuo era devorado por la “vagina dentada”, pasaba a la matriz, en donde ocurría un rito de paso por medio del cual la esencia del individuo muerto sería parida para que pudiera emprender el viaje hacia el destino que se le había deparado. De allí que la diosa tenga las piernas abiertas en posición de parto, imagen semejante a la que vemos en el Códice Borbónico en la figura de Tlazoltéotl pariendo un infante. De esta manera, la deidad cumplía su función de devoradora-paridora en un constante proceso en el que está presente la dualidad vida/muerte.
Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.
Matos Moctezuma, Eduardo, “Los mexicas y la muerte”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 52, pp. 18-20.