La piedra de Tízoc a fines de la colonia
Ignoramos si la Piedra de Tízoc fue inhumada intencionalmente en el siglo XVII o si, como lo afirma Francisco Sedano (pp. 292-294), quedó sepultada como consecuencia de la gran inundación de 1629 y del relleno de tierra que hicieron los habitantes de la ciudad, el cual fue concluido en 1634. Lo único cierto es que volvió a aparecer el 17 de diciembre de 1791, a menos de 42 cm de la superficie y boca abajo. Según lo cuenta el astrónomo y anticuario Antonio de León y Gama:
de sus ídolos, cuyas reliquias se ven todavía por la ciudad fijadas por ellos en la pared, en las esquinas de las casas hechas por los españoles, puestas allí como triunfo de sus fundaciones (p. 69).
Visionario es el testimonio escrito entre 1598 y 1600 por el cronista Cristóbal del Castillo, quien al referirse a los lugares conquistados por los mexicas, dice que “están escritos en el malacate [cilindro] de piedra circular, la piedra de rayamiento, que está junto a la Iglesia Mayor de México”. Y de manera iluminada interpreta correctamente el significado de sus relieves:
Aquel que está primero de pie, que tiene [al otro] por el cabello, es la imagen de los mecitin, y el otro hombre que está arriba, inclinado, ése es el poblador de los luga res que fueron conquistados, que es hecho cautivo. Allá está grabado sobre la piedra el nombre de cada población; en cada punto está esculpido, por todas partes, alrededor del lomo de la piedra discoidal. Y ya nadie sabe los que [eran] los nombres de nuestros lugares, pues en verdad han muerto todos los ancianos que sabían las historias de la escritura de la piedra (pp. 136-137).
Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM e investigador emérito de la misma institución.
Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Université de Paris X-Nanterre y profesor-investigador del INAH.
López Austin, Alfredo, y Leonardo López Luján, “La historia póstuma de la Piedra de Tízoc”, Arqueología Mexicana, núm. 102, pp. 60-69.