El consumo de un prisionero de guerra entre los nahuas del Posclásico Tardío
Antropofagia
No todas las víctimas de un tratamiento sacrificial eran consumidas por los seres humanos, aunque invariablemente sí por alguna entidad, humano o no humano. Es notorio que los casos no consumidos por seres humanos señalados por los frailes son consistentes con una lógica indígena que los europeos no captaban plenamente.
El sacrificio y el consumo eran tan importantes, que los dirigentes invitaban secretamente al enemigo para organizar los enfrentamientos, con el fin de capturar mutuamente prisioneros de guerra. Para lograr esto, los indígenas disponían de tácticas bélicas específicas. Según el cronista Muñoz Camargo, en este tipo de guerras, el objetivo de los enfrentamientos era capturar al enemigo, más que matarlo, con el fin de comerlo. En cambio, cuando iban a conquistar, peleaban de otra manera, con tácticas distintas.
Los guerreros eran comparados con tortillas y considerados un plato exquisito para sus deidades, siempre hambrientas. En palabras de Chimalpáhin, “anduvieron detrás de lo completamente cocido, de las tortillas plegadas, es decir, la guerra”. El consejero Tlacaélel comparó el campo de batalla con un mercado donde “acuda nuestro dios con su ejército a comprar víctimas y gente que coma, y que bien así, como a boca de comal, de por aquí cerca halle sus tortillas calientes cuando quisiere y se le antojare comer”.
Con los cuerpos de estos nobles guerreros daban de comer a los dioses y a los seres humanos. Se llenaban las bocas de las estatuas de las deidades con la sangre, mientras el humo del corazón quemado también complacía a las divinidades. Es probable que algunos sacerdotes tuviesen el derecho de comerse el corazón. El cronista Chimalpáhin describe en lengua náhuatl cómo descuartizaron a cinco o seis nobles de Tlalmanalco. De cada persona sacaron cinco partes. Cortaron sus troncos en las articulaciones y los decapitaron. También cortaron las articulaciones de ambos codos y de las rodillas.
Enseguida se llevaba la cabeza al tzompantli o andamio de cráneos, probablemente para fines regenerativos. La repartición exacta de las partes corporales dependía de la cantidad de guerreros involucrados en la captura del enemigo. Fray Bernardino de Sahagún describe cómo cinco o seis guerreros podían recibir un trozo de carne de distinto tamaño, según el papel exacto durante la captura. Curiosamente, disponemos de una descripción semejante en náhuatl, en donde los cautivos son comparados con flechas.
Imagen: Brazos y piernas cocidos en una olla, como parte de un calendario mántico. Códice Vaticano B, lám. 7. Foto: Biblioteca Nacional de Antropología e Historia. Guerra florida: una macana con un escudo y una flor. Códice Mexicanus. Dibujo: Fátima Lázaro.
Stan Declercq. Arqueólogo por la ENAH con maestría y doctorado en estudios mesoamericanos por la UNAM. Posdoctorante en el posgrado de arqueología de la ENAH. Es autor del libro Cautivos del espejo de agua (INAH/Bonilla).
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Declercq, Stan, “El consumo de un prisionero de guerra entre los nahuas del Posclásico Tardío”, Arqueología Mexicana, núm. 180, pp. 64-67.