¿A dónde iban los muertos?

Enrique Vela

La Muerte

Para los mesoamericanos la muerte era un paso más en el transcurso de la vida. Era a la vez que el final de un ciclo, el camino a uno nuevo. De acuerdo con Alfredo López Austin, era: “El mayor acto de reciprocidad hacia los dioses […] la entrega de cuerpo y energía como compensación por los bienes recibidos”. En lo general el alma principal de un individuo regresaba a su origen: el interior del Monte Sagrado. Ahí emprendía un viaje en el que se iba limpiando, hasta ser una esencia nueva, lista para pertenecer a otro hombre.

El destino del difunto estaba determinado por la manera de morir, a su vez ligada al dios que determinaba la muerte. Los cuatro destinos eran el Mictlan, la bodega acuática, el Cielo del Sol y el árbol nodriza (López Austin, 2016c, pp. 22-23)..

El Mictlan

Región a la que iban las almas de quienes habían fallecido por causas comunes. Camino al Mictlan, “lugar de los muertos”, el alma recorría los nueve niveles del inframundo. Los muertos iban acompañados de un perro de color rojizo, no podía ser ni blanco, ni negro, para que los ayudara en el cruce del río llamado Apanohuaya, Éste era sólo el primero de los pasos que habrían de dar, en cada nivel enfrentaban dificultades que los irían purificando y al final su individualidad desaparecía.

 

Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial. Editor de la revista Arqueología Mexicana.

Vela, Enrique, “La muerte”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 75, pp. 59-61.