Pintura mural y sistemas de escritura en Mesoamérica

Erik Velásquez García

El área cultural de Mesoamérica fue una de las cunas primordiales de la escritura, lo mismo que Sumeria, Egipto, el Valle del Indo, China y posiblemente la isla de Pascua. El arte de plasmar información en determinada lengua natural utilizando signos gráficos (la palabra hecha visible) fue ensayado en Mesoamérica por lo menos desde los tiempos olmecas (ca. 1000/900 a.C.), en apariencia para registrar fechas y nombres propios en idioma protomixe o protozoque, presentados en bloques jeroglíficos compactos sin relación lineal con otros componentes. Nuestra comprensión sobre este temprano sistema de escritura, así como sobre la mayoría de los sistemas que evolucionaron a partir de él, se encuentra en una fase muy básica, descriptiva o temprana. Toda vez que los corpus de cada   una no suelen ser muy abundantes, desconocemos qué idioma registran muchas de esas escrituras y carecemos de biescritos o “Piedras de Rosetta” en la mayoría de los casos, es decir textos bigráficos, donde el mismo o semejante mensaje se encuentre escrito en dos sistemas diferentes de escritura: el que podemos entender y el que deseamos descifrar. Tan sólo los sistemas que estaban en uso durante el siglo XVI cuentan con biescritos, donde los signos de las escrituras vernáculas se encuentran glosados en alfabeto latino. Ello permitió que con el tiempo llegáramos a alcanzar una elevada comprensión de las escrituras jeroglíficas maya y náhuatl, y en menor medida de otras como la mixteca, cercana a la época de la conquista. Nuestro conocimiento actual permite decir a grandes rasgos que los escribas mesoamericanos usaron sistemas logosilábicos como el maya y el náhuatl, donde predominan signos que representan palabras (logogramas) y otros que simbolizan sonidos silábicos o vocálicos sin significado (silabogramas), si bien las lenguas de la familia otomangue (por ejemplo el mixteco, el otomí o el zapoteco) pudieron haber sido representadas por medio de escrituras logográficas, con muy escasos signos silábicos. También se puede aseverar, a grandes rasgos, que por razones culturales desconocidas en el oriente de Mesoamérica existió un equilibrio relativo entre la información escrita (verbal) y la iconográfica (silente), razón por la que existen textos que representan frases u oraciones distribuidas en columnas o filas de jeroglifos que pueden llegar a ser muy largos. En contraste, en la parte occidental de Mesoamérica ese tipo de textos escritos lineales es escaso, pues la información visual se recarga en las pinturas silentes, mientras que los signos de escritura por lo general se restringen a bloques aislados que suelen registrar fechas o nombres propios.

Altiplano Central: cantos, guerreros, lugares y sacerdotes

Entre los múltiples soportes de la escritura en Mesoamérica se encuentra la pintura mural, de la cual ha sobrevivido un abundante cúmulo de ejemplos. Entre los más célebres se encuentran los muros pintados de Teotihuacan, estado de México, cuya escritura aún no podemos entender por las razones antes dichas, si bien se han establecido analogías con algunos signos muy posteriores de la escritura jeroglífica náhuatl, que han conducido a la especulación de que la escritura teotihuacana pudiera registrar una arcaica forma de náhuatl. Yo considero que dichas aseveraciones son en extremo prematuras, toda vez que se trata de meras extrapolaciones de lectura entre signos escriturarios separados por mil años. Lo poco que sabemos con seguridad sobre la escritura teotihuacana es que consiste en numerales de barras y puntos asociados con fechas; bloques onomásticos que representan topónimos, como en los murales de Techinantitla y Tepantitla, donde imágenes de plantas con flores distintivas contienen signos escritos sobre ellas o en las raíces; cartuchos onomásticos que se refieren a títulos o antropónimos, ubicados frente a personajes orantes que sujetan bolsas de copal o ejecutan ritos de manos asperjadoras, como sucede en una procesión de al menos ocho de ellos, pintada en los muros de Techinantitla; signos o bloques de signos que representan nombres propios de significado desconocido (¿etnónimos, linajes, lugares, personas?) en los murales de Tetitla o en el piso de la llamada Plaza de los Glifos de La Ventilla (300-450 d.C.); palabras relacionadas con vírgulas de cantos u oraciones emitidas por individuos pintados en el Pórtico 2 de Tepantitla; así como posibles secuencias lineales de bloques jeroglíficos  que, según Karl A. Taube, parecen representar algún tipo de sentencias o enunciados. En este pequeño repertorio de textos pintados pueden apreciarse recursos gráficos como el pars pro toto (“la parte por el todo”), que consiste en representar un pequeño rasgo que equivale de forma abreviada a un todo más grande. Mención aparte merece el barrio de Tetitla, donde se encuentra un pequeño conjunto de textos plasmados en las llamadas pinturas realistas, que están en escritura maya policroma del Clásico Temprano (450-550 d.C.), muchos de los cuales se pueden leer en idioma cholan o jeroglífico.

 

Erik Velásquez García. Licenciado en historia, maestro y doctor en historia del arte por la UNAM. Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas. Coordinador del posgrado en historia del arte de esa misma universidad.

Velásquez García, Erik, “Pintura mural y sistemas de escritura en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana, núm. 162, pp. 52-59.