Escenario del apogeo de Monte Albán, una de las ciudades más antiguas e importantes del México prehispánico, los Valles Centrales de Oaxaca resguardan además un vasto y variado patrimonio arqueológico.
Como la de ningún otro producto de esta tierra, la historia del maíz mexicano está íntimamente ligada a la del hombre. Tan cierto como que sólo gracias a su intervención la planta encuentra condiciones propicias para nacer y crecer.
Más allá de la ilustración de la historia patria o de la cultura indígena, el MNA se erige como un gran espejo en el que cada mexicano puede contemplar y recrear los más altos valores de su nacionalidad original y proyectarlos hacia el horizonte de la universalidad.
Los códices son fuentes históricas de primera mano sobre una multitud de aspectos como las creencias religiosas, los ritos y ceremonias, la historia, el sistema económico y la cronología, entre mucho otros.
Los cientos de monumentos de piedra tallada en esta región: altares, dinteles, estelas y escaleras, permiten descifrar las dinastías de sus gobernantes, así como los sucesos históricos importantes que ayudan al estudio e interpretación del fascinante mundo maya.
Nuestro patrimonio arqueológico, ese conjunto de vestigios de distintas clases legado por las sociedades del México prehispánico, es fuente fundamental –y en el caso de un largo periodo de nuestra historia, la única– para estudiar y comprender el pasado.
Todo, bienes y males, el cambio, el tiempo, era considerado producto de la voluntad de los dioses. En el centro del juego universal, el hombre gozaba y sufría, imaginaba moradas celestiales y profundidades de muerte y de riqueza, e inventaba a los dioses a su imagen y semejanza.
También llamados michoaque (“los de la tierra del pescado”) o purépechas, los tarascos se encuentran entre las sociedades más importantes del Posclásico mesoamericano. En este periodo se erigieron como orgullosos y tenaces opositores a los afanes expansionistas de los mexicanas.
La investigación de la cultura maya a lo largo y ancho del actual estado de Campeche ha aportado numerosas evidencias y arrojado nuevas luces para documentar los grandes estudios sobre esa antigua civilización.
Algunas prácticas culturales, además del clima, han imposibilitado que sobrevivan muchas prendas prehispánicas. Para reconstruir la riqueza de esos atuendos se recurre a las representaciones arqueológicas, códices y a las voces de los herederos de esas tradiciones.
Los pueblos prehispánicos se hallaban inmersos en un universo de color. Todo estaba pintado: desde las humildes vasijas domésticas hasta los suntuosos edificios palaciegos y religiosos. Los muros desnudos de hoy se vestían de lujosa policromía.
Procedentes de Aztlan, su mítico lugar de origen, los mexicas lograron convertirse, tras una larga peregrinación custodiada por su dios tutelar Huitzilopochtli, en los orgullosos pobladores de una vigorosa y compleja ciudad-Estado que fue la maravilla del Nuevo Mundo: México-Tenochtitlan.