Pocas regiones mesoamericanas tienen la profundidad histórica que posee el territorio que ahora ocupa el estado de México: en él se encuentran vestigios que conservadoramente abarcan alrededor de 22 000 años.
A lo largo de su historia prehispánica el territorio mexicano fue escenario del desarrollo de un amplio y variado conjunto de culturas que abarcan desde grupos nómadas de cazadores-recolectores hasta sociedades sedentarias y agrícolas.
Se presentan, en forma cronológica, los principales sitios arqueológicos de la ciudad de México: Templo Mayor, Tlatelolco, Cuicuilco, Mixcoac, Cerro de la Estrella, Santa Cruz Acalpixca, Pino Suárez, Chapultepec, Metro Talismán, así como las llamadas Ventanas Arqueológicas prehispánicas y coloniales.
La presencia del chile entre las culturas mesoamericanas es milenaria. Aunque no se han encontrado aún pruebas de ello, es posible suponer que el aprovechamiento de los distintos tipos de chile se remonta incluso a las épocas en que los grupos que habitaban el territorio nacional tenían un modo de subsistencia basado en la caza-recolección y eran nómadas.
Los códices son fuentes históricas de primera mano en los que las sociedades indígenas, por intermedio de escribas con la habilidad para pintar con gran maestría, dejaron constancia fiel de sus logros y avances culturales y científicos e informaron sobre una multitud de aspectos, como las creencias religiosas, los ritos y ceremonias, la historia, el sistema económico y la cronología.
La religión ofrecía a la sociedad mexica una visión del mundo completa y coherente, donde aun los misterios y las dudas tenían cabida y aceptación. Podemos, entonces, entender el impacto desconcertante que causó en el ánimo de los indígenas la imposición de una religión y de una cultura extrañas.
El Códice Nuttall o Zouche-Nuttall, como también se le conoce, está formado por dos documentos diferentes; tiene forma de biombo y se lee de derecha a izquierda y está pintado por ambos lados. Actualmente se resguarda en el Museo Británico de Londres con la signatura Add. MS. 39671.
Si bien la zona de monumentos que ahora se puede visitar en Teotihuacan representa tan sólo una parte del área que en su apogeo cubrió la ciudad, no cabe duda de que contiene uno de los conjuntos arquitectónicos más notables de la antigüedad.
Chichén Itzá –sin duda uno de los sitios arqueológicos más importantes no sólo del mundo maya sino del México prehispánico– estaba formada por una red de grupos arquitectónicos comunicados por caminos, sacbés.
Conservado hoy en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, la Tira de la Peregrinación o Códice Boturini es mencionado por primera vez en 1746, en el Catálogo del Museo Indiano de Lorenzo Boturini Benaduci.
En este número se describen las siguientes rutas arqueológicas: Ruta 1. Puuc; Ruta 2. Chenes; Ruta 3. Ciudad de Campeche y la costa. Ruta 4. Calakmul, y Ruta 5. Río Bec, y otros sitios de interés como Acanmul, Cerro de los Muertos, El Ruinal, Silvituc, Okolhuitz; además de las reservas naturales de Hampolol, Los Petenes, Ría Celestún, Xtacumbilxunaan, Laguna de Términos.
Que en Oaxaca se puedan visitar edificios que reflejan con elocuencia aquel esplendor prehispánico se debe al trabajo de generaciones de arqueólogos –entre los que destaca Alfonso Caso, notable explorador de Monte Albán y descubridor de la afamada Tumba 7–, los que con gran dedicación han dejado al descubierto las obras de una de las culturas más antiguas y persistentes de México.