La muerte de Coyolxauhqui

Alfredo López Austin

Coyolxauhqui en el mito

El segundo relato se refiere a las proezas bélicas del dios patrono de los mexicas, Huitzilopochtli, quien lucha contra su hermana Coyolxauhqui y sus hermanos los centzonhuitznáhuah o “cuatrocientos surianos”. Este importante relato, al que se dedica en particular este trabajo, fue reconocido por Eduard Seler como un mito astral. El investigador alemán identificó a Huitzilopochtli con el joven Sol naciente, a Coyolxauhqui con la Luna y a los guerreros centzonhuitznáhuah con las estrellas, e interpretó el mito como la lucha del poder solar contra el nocturno (Seler, 1996, pp. 93-99).

Ofrezco ahora una nueva traducción de este relato, aclarando que la paleografía del texto original en náhuatl, mi traducción puntual y las notas explicativas aparecen en el libro que he escrito con Leonardo López Luján, Monte sagrado-Templo Mayor (2009). En este relato, la diosa de la tierra, Coatlicue, queda milagrosamente preñada, con lo cual provoca la vergüenza y la indignación de sus hijos Coyolxauhqui y los centzonhuitznáhuah. Éstos, dirigidos por su hermana, pretenden asesinar a su madre; pero el prodigioso fruto de la preñez portentosa, Huitzilopochtli, nace armado y lucha contra sus hermanos hasta vencerlos. Mi traducción es la siguiente.

El nacimiento de Huitzilopochtli

Los mexicas veneraban mucho a Huitzilopochtli. Esto sabían de su origen, de su principio, que en Coatépec, a un día rumbo a Tollan, vivía una mujer de nombre Coatlicue, madre de los centzonhuitznáhuah y de la hermana mayor [de éstos], llamada Coyol-xauhqui. Y esta Coatlicue allá hacía penitencia; barría, se ocupaba del barrido. Con esto hacía penitencia en Coatépec.

Y una vez, cuando barría, bajó sobre Coatlicue un plumón, como una bola de plumón. Coatlicue enseguida lo tomó y lo puso sobre su vientre. Ya que barrió, quiso tomar el plumón que había puesto sobre su vientre; ya no lo vio. Con esto se embarazó Coatlicue. Y cuando los centzonhuitznáhuah vieron que su madre estaba embarazada, mucho se enojaron. Dijeron:

–¿Quién le hizo esto? ¿Quién la empreñó? Nos deshonra; nos avergüenza.

Y su hermana mayor, Coyolxauhqui, les dijo:

–Hermanos mayores míos, nos avergüenza. Matemos a nuestra madre, la perversa que está preñada. ¿Quién le hizo lo que tiene en su vientre?

Y cuando Coatlicue lo supo, se asustó mucho; se preocupó mucho. Y su hijo que estaba en el vientre la consolaba, le hablaba, le decía:

–No te amedrentes. Yo ya lo sé.

Cuando oyó Coatlicue las palabras de su hijo se tranquilizó mucho; puso en calma su corazón a propósito de lo que se había asustado.

Y así, los centzonhuitznáhuah se pusieron de acuerdo, resolvieron esto, que matarían a su madre debido a que los había avergonzado. Se obstinaban mucho, se enojaban.

Coyolxauhqui, como si se externara su corazón, mucho incitaba, enardecía a sus hermanos mayores para que mataran a su madre.

Y los centzonhuitznáhuah enseguida se atavían, se visten como guerreros. Y ellos, los centzonhuitznáhuah, eran como guerreros valientes; ceñían los cabellos; ceñían los cabellos en la cabeza; ceñían la cabeza con sus cabellos, sus cabellos.

Y uno de nombre Cuahuitlícac andaba con su palabra de traidor; lo que hablaban los centzonhuitznáhuah luego lo contaba, se lo advertía a Huitzilopochtli. Y Huitzilopochtli venía a decirle a Cuahuitlícac:

–Tío mío, entérate bien de lo que manifiestan para que yo lo sepa.

Y así, finalmente, [los centzonhuitznáhuah] resolvieron, concordaron su palabra, de que matarían, que quitarían la vida a su madre.

Enseguida van; Coyolxauhqui dirige a la gente. Se esfuerzan mucho; perseveran, se ataviaron como guerreros, distribuyeron entre sí [las prendas], se colocan sus insignias de papel, sus [tocados llamados] anecúyotl, sus [armas] punzantes, cuelgan los papeles pintados, y atan sus cascabeles de sus pantorrillas (éstos, los cascabeles que se llamaban oyohualli), y sus flechas [llamadas] tlatzontectli. Enseguida van en fila, van formados, van haciendo amagos, van ordenándose. Dirige a la gente Coyolxauhqui.

Y enseguida Cuahuitlícac sube corriendo a advertir a Huitzilopochtli. Le dice:

–Ya vienen.

Luego le dice Huitzilopochtli:

–Mira bien dónde vienen.

Luego le dice Cuahuitlícac:

–Ya en Tzompantitlan.

Una vez más viene a decirle Huitzilopochtli:

–¿Dónde vienen?

Luego le dice [Cuahuitlícac]:

–Ya vienen en Coaxalpan.

Otra vez viene a decirle Huitzilopochtli a Cuahuitlícac:

–Mira dónde vienen.

Luego le dice [Cuahuitlícac]:

–Ya en Apétlac.

Una vez más viene a decirle:

–¿Dónde vienen?

Luego le dice Cuahuitlícac:

–Ya vienen por la ladera.

Y Huitzilopochtli una vez más le viene a decir a Cuahuitlícac, le dice:

–Mira dónde vienen.

Luego le dice Cuahuitlícac:

–Finalmente arribaron a la cumbre; finalmente llegaron.

Coyolxauhqui dirige a la gente.

Y entonces nació Huitzilopochtli. Venía portando sus atavíos, su rodela [llamada] tehuehuelli, y sus flechas, y su lanzadardos azul que se llama xiuhátlatl. Y sus piernas están rayadas. Se pintó el rostro con [pintura amarilla llamada] su caca de niño, se llamaba “su obra de niño”; sobre la frente y cerca de sus orejas se pegó plumón blanco. Y una de sus piernas es delgada, la izquierda. Pegó plumón en su pie; y sus dos muslos y sus dos hombros están teñidos con texotli.

Y el de nombre Tochancalqui encendió [el arma llamada] xiuhcóatl, se lo ordenó Huitzilopochtli. Enseguida hendió con ella a Coyolxauhqui, y luego rápidamente la decapitó. Su cabeza quedó allá, en el extremo del Coatépetl, y su tronco vino a caer al pie, cayó haciéndose pedazos. En distintas partes cayeron sus brazos, sus piernas y su tronco.

Y enseguida se yergue Huitzilopochtli; viene a perseguir, a meterse entre ellos, a bajar, a arrojar a los centzonhuitznáhuah de la cumbre de Coatépetl. Y cuando los hizo alcanzar la base, el pie [del monte], los persigue. Los hizo rodear el Coatépetl; cuatro veces los hizo dar vuelta, los hizo rodear, los hizo circuir. En vano andaban gritando, en vano andaban aullando, venían a golpearse las rodelas; ya nada pudieron hacer; nada pudieron alcanzar; ya no pudieron evitarlo; Huitzilopochtli se les impuso. Los hizo dar la espalda; los derrotó, los destruyó, los aniquiló. Y aún no los dejó: los acabó totalmente.

Mucho le rogaban, le decían:

–Ya es suficiente.

Pero Huitzilopochtli no se apaciguó; porque se atrevió a ir contra ellos, los persiguió. Y sólo unos cuantos huyeron de él, salieron de sus manos. Allá se fueron al sur. Porque los que allá fueron, estos centzonhuitznáhuah, son los pocos que salieron de las manos de Huitzilopochtli.

Y ya que los mató, que se desfogó, tomó sus atavíos, sus divisas, el anecúyotl. Se los puso, se los apropió, los hizo suyos, como si se diera divisas.

Y Huitzilopochtli también se llamaba Tetzáhuitl, debido a que sólo un plumón bajó para empreñar a su madre Coatlicue, porque nadie apareció como su padre.

A éste lo guardaban los mexicas haciéndole ofrendas, honrándolo, sirviéndolo, y Huitzilopochtli recompensaba. Y este culto era originario de allá de Coatépec; así se ha hecho desde tiempos antiguos.

Ya es suficiente.

 

Alfredo López Austin. Investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

López Austin, Alfredo, “Coyolxauhqui en el mito”, Arqueología Mexicana, núm. 102, pp. 38-41.

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