Los mexicas y la muerte

Eduardo Matos

La concepción del universo establece los tres niveles fundamentales ya observados antes en los relatos de Sahagún y en el Códice Vaticano A 3738, así como los rumbos universales identificados con un dios, un símbolo, un color, una planta y un ave. La más conocida imagen de esto la tenemos en el Códice Fejérváry-Mayer. Habría que agregar que no solamente era una visión vertical y horizontal, sino que había una relación indisoluble entre las diversas instancias y un flujo de esencias que llevaban de una a otra.

Pero vayamos al momento en que el individuo fallecía. Sabemos que la manera de morir era factor fundamental para el destino que se deparaba a la esencia del difunto. Estos destinos eran cuatro lugares. El primero, conocido como la casa o cielo del sol, estaba destinado a los guerreros muertos en combate o capturados para el sacrificio, así como a las mujeres muertas durante el proceso del primer parto, mismo que se consideraba un combate y por lo tanto a estas mujeres se les tenía como mujeres valientes, como guerreras. El Tlalocan, lugar de constante verano donde las plantas siempre estaban verdes, se destinaba a todos aquellos que morían en relación con el agua. El Mictlan era el sitio adonde iban los que morían de cualquier otra forma de muerte no asociada a la guerra ni al agua. En el Chichihualcuauhco, donde residían los niños muertos prematuramente, un árbol nodriza amamantaba a éstos hasta que se les destinaba a volver a nacer.

Para comenzar, vamos a mencionar las diversas entidades anímicas que han sido ampliamente estudiadas por López Austin: el tonalli, ubicada en la cabeza del individuo; el teyolía, relacionada con el corazón, y el ihíyotl, con el hígado. Nos interesa de manera particular la segunda de ellas, el teyolía, pues esta esencia era la que una vez que se presentaba la muerte y pasado algún tiempo, iba al lugar que le estaba destinado conforme a la forma de muerte. En la lám. 27 del Códice Laud parecen indicarse esas esencias.

Visto lo anterior, a continuación presentaré algunos aspectos que siempre llamaron mi atención en relación con la muerte entre los mexicas y a los que he tratado de dar una explicación, misma que expongo en el orden en que se presentan después de muerto el individuo: Tlaltecuhtli como devoradora/ paridora de los cadáveres; el destino de los guerreros y los 80 días del viaje para llegar al sol y la cremación de sus cuerpos; el Tlalocan y el eterno verano; el viaje al Mictlan y los números 4 y 9 asociados a él.

Tlaltecuhtli, devoradora/paridora

Una conclusión a la que llegué después de analizar los atributos de una deidad como Tlaltecuhtli, Señor/ Señora de la Tierra, fue que, independientemente de la manera de morir, una vez que esto ocurría todos los individuos tenían que ser devorados por esa deidad, es decir, debían ser comidos por la Tierra real o simbólicamente. Ésa era la función de Tlaltecuhtli.

Poseedora de enormes dientes y colmillos, su función primordial era devorar la carne y la sangre de los muertos, fuera cual fuera la forma de muerte (Matos, 1997). Lo anterior se puede constatar en diferentes códices: en ellos se puede ver cómo los bultos mortuorios que contienen los restos de diversas personas y de astros como el Sol están siendo tragados por Tlaltecuhtli. También podemos observarlo en algunos cantos en honor de Tezcatlipoca, en los que se hace alusión a la manera en que el Sol y la Tierra se van a alimentar con la carne y la sangre de los guerreros. Veamos uno de ellos:

Porque en verdad no os engañéis en lo que hacéis, conviene a saber, en querer que mueran en la guerra, porque a la verdad para esto los enviasteis a este mundo, para que con su carne y su sangre den de comer al sol y a la tierra (Sahagún, 1956, t. II).

Una vez que el individuo era devorado por la “vagina dentada”, pasaba a la matriz, en donde ocurría un rito de paso por medio del cual la esencia del individuo muerto sería parida para que pudiera emprender el viaje hacia el destino que se le había deparado. De allí que la diosa tenga las piernas abiertas en posición de parto, imagen semejante a la que vemos en el Códice Borbónico en la figura de Tlazoltéotl pariendo un infante. De esta manera, la deidad cumplía su función de devoradora-paridora en un constante proceso en el que está presente la dualidad vida/muerte. Acerca de esto abundaremos enseguida, a fin de entender lo relativo al lugar que se destinaba a los muertos.

Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.

Matos Moctezuma, Eduardo, “Los mexicas y la muerte”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 52, pp. 18-20.