Gracias al establecimiento de una compleja red de relaciones políticas de diversa índole, Calakmul llegó a convertirse en una auténtica “superpotencia”, en la capital del cuchcabal de la Cabeza de Serpiente. De ese esplendor dan cuenta las dimensiones de la ciudad, la magnificencia de sus edificios públicos y una gran cantidad de menciones a esta entidad en las inscripciones jeroglíficas.
Chichén Itzá fue la capital de una amplia región en el Clásico Terminal y el Posclásico Temprano, cuando alcanzó tal importancia que para la época de la conquista aún quedaba memoria de su existencia en crónicas y leyendas indígenas que relatan su fundación por los itzaes, pueblo venido del oeste.
Los reinos y capitales mayas que se fundaron entre los siglos IX y XIV no escaparon al influjo del mito que relataba la fundación del primer reino en la legendaria ToIlán- Teotihuacán y alguno de ellos fueron declarados hechura tolteca.
Los edificios que conformaban los espacios públicos de las ciudades mayas, además de su valor funcional, poseían un carácter ideológico. Esos espacios transmitían mensajes a la sociedad y funcionaban como medios de legitimación del grupo gobernante.
Este náufrago español que, como sus contemporáneos, buscaba la tierra mítica de El Dorado encontró en cambio la fatigosa gloria de ser, sin saberlo, el fundador de dos estatus: el primer “mexicano” por adopción y el padre de los primeros mestizos. Conquistado y no conquistador, Gonzalo Guerrero es la contraparte de Cortés; con sus actos, ambos marcan desde un principio ese extraño desgarramiento que algunos autores han dado en llamar “la identidad del mexicano”.