Maíz, frijol y calabaza. Su antigüedad

Aurora Montúfar López

Maíz. La producción agrícola del maíz está vinculada con la época de lluvias; bajo riego y en ausencia de heladas es más redituable y se producen dos cosechas por año. Al final, el hombre se volvió dependiente del maíz para su mantenimiento, pero éste perdió toda posibilidad de subsistir, reproducirse y preservarse como especie. La humanización del maíz lo habilitó para, además de ser el alimento esencial del pueblo de México, convertirse en uno de los tres productos que sustentan al mundo, junto con el trigo y el arroz.

En cuanto a la ritualidad del maíz, los datos históricos e iconográficos muestran su valor simbólico, incluso como entidad divina, pues su producción es regida por los dioses de la fertilidad y la lluvia, según la cosmovisión mesoamericana, y hay que honrarlos y ofrendarlos para merecer el grano.

Frijol y calabaza: cultivos asociados con la milpa

Frijol. Otro de los alimentos básicos en Mesoamérica es el frijol (Phaseolus spp.), cuyas plantas leguminosas, herbáceas, trepadoras y algunas arbustivas, anuales y perennes, se han cultivado por sus frutos (ejotes) y semillas. Los vestigios más tempranos de los frijoles, común (Phaseolus vulgaris L.) y tepari (Phaseolus acutifolius A. Gray), provienen de estratos culturales de hace casi 6 000 y 5 000 años, respectivamente, de las cuevas de Tehuacán, así como del frijol común de la cueva de Guilá Naquitz, Oaxaca. Sus restos, en especial de este último, se vuelven abundantes en los periodos de hace 2 000 años, en muchos sitios de México y del sur de Estados Unidos; de esta misma temporalidad es el frijol patol (Phaseolus coccineus L.), localizado en el valle de Tehuacán, especie proveniente de las tierras altas del centro y sur de México y de Guatemala. Otro tipo de frijol es el llamado lima (Phaseolus lunatus L.), cuyo registro más temprano es de alrededor de hace 1 000 años, de Tehuacán, Tamaulipas y Yucatán (Kaplan, 1967). El cultivo de frijol en muchas ocasiones se efectúa junto con el de maíz, pues se considera que aporta nutrientes al suelo y evita su empobrecimiento.

La evidencia histórica e iconográfica de este taxón quedó plasmada, por ejemplo, en la obra de Sahagún (2002), quien refiere su relevancia ritual en algunas de las fiestas del calendario solar y en códices como la Matrícula de Tributos, donde se muestran los lugares que enviaban grandes cantidades de frijol a la capital mexica.

Calabaza. Las plantas de la familia Cucurbitaceae incluyen géneros que producen grandes frutos o bayas globosas, conocidos como calabazas y bules. Se trata de plantas herbáceas, trepadoras y anuales que se reproducen, con frecuencia, entre la milpa, en el temporal y en lugares de ambientes cálidos y templados diversos.

Las calabazas alimenticias más importantes pertenecen a las especies Cucurbita pepo L., Cucurbita moschata Duchesne, Cucurbita mixta Pangalo (= Cucurbita argyrosperma K. Koch.) y Cucurbita ficifolia Bouché. Los frutos del bule Lagenaria siceraria (Molina) Standl, han sido aprovechados como recipientes (vasijas, “botellas”, charolas, vasos, platos, cucharas), desde la etapa de los cazadores- recolectores. Las calabazas, en general, ofrecen semillas, ramas tiernas y flores comestibles; se consumen los frutos tiernos (calabacitas) de C. pepo y cuando maduran, los de esta y las otras especies suelen prepararse en dulce.

El registro arqueológico más temprano de las calabazas lo representan Cucurbita argyrosperma (de hace casi 7 000 años) y C. moschata (hace 6 900-5 500 años) en el valle de Tehuacán; esta antigüedad es superada por los restos de C. pepo y de Lagenaria siceraria, que cuentan alrededor de 9 000 años y provienen de las cuevas de Ocampo, Tamaulipas (Cutler y Whitaker, 1967) (fig. 3b). La especie C. ficifolia es la más tardía y se ubica en 2 700 años en el valle de Oaxaca; los bules son de épocas tempranas y se tornan abundantes en sitios de hace 3 000 años de Sudamérica y el Suroeste de Estados Unidos. De igual modo, existen semillas y otros restos de los frutos de calabaza provenientes de contextos de Chihuahua, Durango, estado de México, Tlaxcala, Oaxaca, etc. Los datos históricos muestran la trascendencia alimenticia, medicinal y ritual de las calabazas, cuyo valor simbólico se manifiesta en representaciones en cerámica y otros materiales a lo largo del tiempo y como elemento de ofrenda.

Aurora Montúfar López. Profesora-investigadora del INAH, especialista en arqueobotánica.

Tomado de Aurora Montúfar López, “Domesticación y cultivo de plantas alimenticias de México”, Arqueología Mexicana, núm. 120, pp. 42-47.

 

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