El perro fue el animal que sustituyó al hombre en el sacrificio sangriento porque es el más cercano a los seres humanos, el más dócil, el más fiel y, por tanto, el que puede representarlos ante los dioses.
En el México prehispánico, principalmente en la región conocida como Mesoamérica, vemos al perro relacionado con el hombre en un grado que quizá no tiene comparación en ningún otro lugar del mundo.
Los tamales tzoalli cumplieron en el pasado una función ritual y simbólica, ya que la masa de tzoalli permitió la elaboración de ixiptla, figuras o esculturas de las deidades, objeto de culto.
Los teotihuacanos generaron manifestaciones culturales que les darían prestigio y que en adelante formarían parte de la vida cotidiana y ritual de los pueblos del Centro de México.
Los zapotecos, llamados en su propio idioma ben zaa, “la gente de las nubes”, constituyen el grupo más antiguo de la región oaxaqueña. Habitaron principalmente los Valles Centrales y las sierras circundantes.
Ya que desde épocas tempranas los huastecos habitan la misma región, la denominación geográfica corresponde con la cultural. Además presentan algunos rasgos que los distinguen del resto de las sociedades mesoamericanas.
Del porcentaje de enterramientos de perros localizados en Tlatilco se concluye que junto con los restos de tortuga y venado cola blanca deben haber formado parte de la alimentación de los habitantes del sitio.
Se distingue por su gran complejidad, patente no sólo en sus extraordinarias creaciones culturales, sino en su capacidad de trascender su ámbito originario y convertirse en la primera cultura propiamente mesoamericana.
Esta urbe del Epiclásico tenía plazas, un gran centro cívico-religioso, palacios, templos, casa de elite, áreas de almacenamiento y un sinnúmero de unidades habitacionales.